Sobre la soledad (Parte II)

La soledad no significa necesariamente “estar solo”, ya que puede ser un sentimiento que se intenta camuflar en presencia de otras personas. De hecho, tratando un poco el tema emocional decir que el mismo miedo a estar solo provoca incluso un rechazo a relacionarnos con otras personas. Es como un mecanismo de defensa pero que no nos sirve para adaptarnos socialmente, simplemente nos vale para rebajar la enorme ansiedad que produciría el que “nos abandonaran” (bien una pareja, o por un cambio de domicilio  de la persona allegada, un deceso, etc.).

Pero podríamos preguntarnos, ¿acaso la soledad no sirve para nada? ¿Estamos obligados a relacionarnos socialmente?

Pues la verdad es que sí nos vale de mucho estar solos, siempre que este hecho sea elegido y no impuesto. Si no tuviéramos momentos para nosotros mismos, para mantener un diálogo interno sobre la vida y los valores, no seríamos más que un reflejo de cómo son otras personas o cómo la sociedad nos dice que tenemos que ser, sin un mínimo de capacidad crítica. Además, en momentos de tristeza, por ejemplo, necesitamos de un cierto grado de soledad, de estar con nosotros mismos y nuestros pensamientos para ordenar y elaborar lo acontecido, sacando conclusiones para seguir adelante.

El problema aparece cuando la soledad es impuesta, cuando no queremos estar solos pero no encontramos ni la forma ni las personas para romper este hecho. Ahí se entremezclan sentimientos de necesidad, frustración, y comenzamos a crear una serie de pensamientos que justifiquen el hecho de no querer cambiar nuestra forma de ser o actuar, aunque en ocasiones estos pensamientos no sean más que autoengaños que camuflan una sensación de impotencia insoportable.

La elección de “estar solos” puede ser por varios motivos, pero la mayoría se basan en decepciones personales, ya sea a nivel de pareja, de amistad o incluso a nivel familiar, ante lo cual escogemos una actitud y conducta más relacionadas con el aislamiento, con la sensación de que “cuanto más solo esté menos daño me podrán hacer”…

Pero recordemos que el humano es un ser eminentemente social, estando ya predispuesto genéticamente a establecer una serie de vínculos con otros sujetos, y que en general, la compañía, no solo es necesaria sino más beneficiosa que la soledad.