El silencio que enferma y el silencio que cura
Autore:El silencio es más que la ausencia de sonido; hay silencios ruidosos, hay silencios aplastantes, hay silencios cómplices, y hay silencios incómodos.
Vivimos, sin lugar a duda, en una sociedad del ruido. Vivimos hiperconectados con el exterior y poco conectados con nuestro interior. Necesitamos tener puesta la radio o la televisión para tapar el silencio, o estar chateando con el móvil para no sentirnos solos. Estamos tan acostumbrados al ruido que quedarnos en silencio nos puede llegar a generar ansiedad y a vivirlo como algo negativo. El silencio nos incomoda y nos hace sentirnos en soledad, la huida hacia afuera nos aleja de nuestro interior, de aquellos pensamientos y emociones que muchas veces no queremos escuchar.
El silencio que enferma
Para algunas personas el “sufrir en silencio”, se convierte en una máxima. Lo que no decimos y callamos puede, con el tiempo, provocar un sufrimiento psicológico. Cuantas personas tienen miedo a decir lo que sienten, o temen lo que los demás dirán si cuentan lo que sienten, o bien, tienen miedo a que los otros se enfaden o sufran por lo que les está pasando; de esta forma se acostumbran a no decir y construyen la creencia de que son autosuficientes porque los demás no les pueden ayudar.
Estos silencios pueden llegar a ser una pesada carga y transformarse en síntomas tanto físicos (problemas digestivos, cefaleas, dermatitis, entre otros) como emocionales (ataques de ansiedad, sentimientos de tristeza, irritabilidad, miedos). Es entonces cuando ya no pueden hacer oídos sordos a lo que les está pasando y se produce un despertar a la conciencia de sus emociones.
El silencio que cura
Está demostrado científicamente que nuestro cerebro necesita el silencio y que éste es uno de los mejores antídotos contra el estrés. Cuando dormimos el cerebro sigue activo y realiza una serie de acciones que son necesarias para su óptimo funcionamiento en vigilia (de ahí la importancia del dormir y de todos los trastornos cognitivos y emocionales asociados a los trastornos del sueño).
No obstante, crear esa calma exterior cuando estamos despiertos no parece tan fácil. La cantidad de estímulos estresores es constante y permanente, convirtiéndose en factores de distracción que nos alejan de la posibilidad de crear un espacio tranquilo y limpio de ruidos. Además, cuando nos sentamos en silencio sentimos una imperiosa necesidad de actuar, de movernos; las excusas como “es una pérdida de tiempo”, “ahora tengo que hacer otras cosas más importantes”, “no encuentro tiempo para hacerlo” nos inundan y se convierten en autoengaños. Pero ¡cuántas veces decimos que nos perderíamos por la montaña o por una playa desierta para sentirnos más tranquilos!, pero no siempre es posible y a lo mejor tampoco es necesario; hemos de aprender a crear espacios de silencio dentro de nuestro día a día.
Apaguemos la televisión, cerremos el móvil y sentémonos en silencio a escuchar los sonidos que nos envuelven y a sentir nuestra respiración durante unos pocos minutos cada día; gestos tan sencillos podrían ser un buen comienzo.