Cómo los ideales socioculturales producen sufrimiento psicológico
Written by:Vemos en nuestras consultas personas aquejadas por estar corriendo frente a algo concreto que siempre está más allá y que nunca consiguen alcanzarlo. Queriendo tener todo para ayer y estando en el mañana: existe una dificultad en la experiencia del presente.
Este modo de vida neoliberal está propulsado por un ‘siempre más’. En consonancia, atendemos a personas que parecen estar al borde de la crisis existencial. En concreto, manifiestan malestares íntimos como estrés, ansiedad, depresión, burnout, TCA, intentos autolíticos, etc.
Lo que vamos hilando entre paciente y terapeuta es que hay mucho desgaste que ha implicado insatisfacción vital. Hay cierta tendencia que se generaliza: sentir que uno no llega a estar conforme o satisfecho. Si bien, esta insatisfacción se ha podido ir cronificando, porque los mandatos socioculturales tampoco tienen límites.
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proporcionando un espacio seguro donde explorar las causas del malestar
¿Qué quiere decir esto?
En términos de Byung Chul Han, somos sujetos de rendimiento: constantemente haciendo, disponibles y conectados, siempre gestionando y actualizando un capital humano, que somos nosotros mismos (el mercado de consumo, la correspondencia a los mandatos del jefe o jefa a la par que llegar a todas las tareas familiares, mantener los vínculos de amistad, tener tiempo para uno/a mismo/a).
Siempre remando para no caer en la precariedad, obligadamente independientes y autosuficientes (¿acaso hablamos de este individualismo que tanta soledad está generando?).
Muchos palian este malestar, esta inquietud e hiperactividad causada por la (auto)exigencia a través de zapping, multitarea, scrolleo constante, intolerancia a los tiempos muertos, dificultades de concentración, distracción constante, etc.
También vemos peores destinos, ya que el sufrimiento puede volverse contra sí mismo de peores formas: autolesiones, lesiones, rabia reactiva, resentimiento y búsqueda de un chivo expiatorio culpable de lo que nos pasa. También se pueden buscar formas de borrarse del mapa. Frente al mandato del siempre más, los hay también que se posicionan en el “la vida no me interesa ya, hace demasiado daño, aunque no me quiero morir”. No exponerse, hibernar. Potenciado esto último tras la época de pandemia.
¿Y entonces, qué podemos hacer?
O ponemos parches protésicos que permitan tapar el agujero y continuar produciendo: medicalizando la vida, afectividades que compensen, consumir a otras personas, relaciones, chutes de autoestima a través de likes. O podemos, en palabras de Amador Fernández-Savater, hacer de la sensación de impotencia campo para sembrar procesos. Este filósofo en su libro ‘El eclipse de la atención’ puede aproximarse al fenómeno tan de la época que es el Fear Of Missing Out (o lo que es lo mismo, el miedo a perderse algo).
En este contexto, la terapia se ha convertido en una herramienta crucial para mantener el bienestar, proporcionando un espacio seguro donde poder pensar y explorar las causas subyacentes del malestar. En una sociedad que valora la acción constante, la terapia ofrece un espacio para la pausa e integrar reflexivamente nuestros sentimientos que nos llevan a sufrir malestar. Este tiempo dedicado a nosotros mismos nos permite detenernos, reflexionar sobre nuestras experiencias y encontrar un sentido.
Haciendo un paralelismo con el proceso de psicoterapia, Simone Weil describía el proceso de atención como un trabajo en negativo: “estar atentos es estar presentes, y eso implica vaciar, quitar cosas, desaturar, interrumpir, parar y detener. Atender es en primer lugar dejar de atender a lo que supuestamente tenemos que atender. Vaciarse no significa olvidar o borrar lo aprendido, sino más bien ponerlo entre paréntesis para poder captar así la novedad y la singularidad de lo que viene”.
En espacio Aletheia nos especializamos en la psicoterapia psicodinámica que consiste análogamente a lo que Simone Weil ya se refería en 1943. En nuestra práctica lo llamamos asociar libremente (vaciar lo que supuestamente tenemos que estar pensando, sintiendo, atendiendo, teniendo que decir, al fin y al cabo, ese ideal que cumplir) para conseguir resignificar nuestra historia.
A raíz de la experiencia de la terapia un@ aprende a esperar. Es una cierta pasividad, pero de forma “activa”; es estar abierto al porvenir, sea de la índole que sea. Todo lo contrario a lo que nos gobierna en la actualidad: la impaciencia, la opinología (el haterismo en RRSS), la falta de ternura hacia las palabras e identidades diversas a las mías, intolerancia al no saber, tener a Google o la IA como un Dios que todo lo sabe.
Y este ejercicio no se enseña, sino que se ejercita. Por eso nosotras tampoco somos Diosas que todo lo sabemos, y no lo podemos dar, donar, sino que es a través de la propia experiencia vivida entre paciente y terapeuta la que brinda este aprendizaje. Como la vida misma.
En la sociedad del cansancio (Han, 2016) donde el agotamiento y la presión son constantes, la terapia nos invita a desacelerar y pensar en nuestra existencia, hacia dónde voy yo, cuál es mi deseo, cuál es mi límite. El modo de vida que hemos ido creando está a menudo regido por una serie de ideales, la mayor parte de ellos inalcanzables, que despierta una culpa enorme al no poder ser alcanzados. Uno siente que desperdicia su vida, que no vale, que no puede. De ahí a la importancia de parar, pensar, y discriminar quién soy yo, qué de eso proviene de dentro de mí, qué de eso proviene del afuera, a qué quiero renunciar, por qué me cuesta renunciar, etc. En definitiva, ganar flexibilidad para poder escuchar el deseo y ver cómo hacemos con eso.