Sicodrama: bases neurocognitivas en el proceso terapéutico

Editado por Lucía Ramírez el 07/09/2022

La vejez es la última etapa evolutiva en la vida de las personas, y se extiende desde los 65 años hasta que morimos. Según el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza media de vida en el 2019 era de 80,9 años para los hombres y 86,2 años para las mujeres.

 

En general, los procesos cognitivos merman con la edad, sin llegar a niveles de deterioro grave como ocurre en las demencias. Esto se debe a cambios en el sistema nervioso central (en adelante, SNC), que son progresivos y dan inicio desde el nacimiento (Vallejo Ruiloba, 2011). Estos cambios graduales a nivel cerebral son difíciles de predecir, ya que hay grandes diferencias interindividuales y multitud de variables que ejercen su efecto en el estado cognitivo general. Por ejemplo, según estudios de supervivencia (Finch & Tanazi, 1997) existe la influencia de tres variables ambientales (nivel socioeducativo, profesión y estimulación cotidiana) sobre el funcionamiento cognitivo de las personas mayores. En concreto, cómo las diferencias en estas variables requieren una adaptación técnica en la intervención psicodramática.

 

Ambas fuentes de influencia, genética y ambiente son mediadoras de la reserva cognitiva, que es una protección ante patógenos cerebrales, por lo que dificulta la aparición de síntomas. Por tanto, es una variable decisiva a la hora de padecer algún tipo de demencia, pero no independiente, porque depende de factores genéticos y ambientales.

 

 Los procesos cognitivos merman con la edad

 

¿Cuáles son los principales deterioros?

Los deterioros más significativos que se producen en el envejecimiento normal son: memoria a corto plazo; potencial de aprendizaje; atención (velocidad viso-motriz y memoria de trabajo); pensamiento abstracto; funciones ejecutivas; lenguaje (comprensivo y expresivo).

Sin embargo, este perfil evolutivo de capacidades mermadas no es universal. Existen toda una serie de variables que modulan el funcionamiento cognitivo y el desarrollo de la reserva cognitiva: nivel socioeducativo, profesión y estimulación cotidiana recibida.

 

En relación al nivel educativo, los estudios demuestran que una mayor escolarización durante la vida se asocia a menores déficits cognitivos en la vejez. La estimulación que supone la educación favorece la conectividad y el crecimiento de distintos circuitos neurales (González et al., 2013).

 

Por otro lado, la profesión ejercida en la adultez también es un factor a tener en cuenta. Las profesiones que exigen un manejo de matemáticas, razonamiento y lenguaje están vinculadas con un mayor mantenimiento de los procesos cognitivos. En cambio, las personas con profesiones manuales tienen una mayor probabilidad de presentar mayores deterioros en los procesos anteriores.

 

Con respecto a la tercera variable, estimulación cotidiana recibida, su efecto ha sido relacionado con un mejor estatus cognitivo general. Esto sucede tanto en fases estimulantes de la adultez como de la vejez (Labra Pérez & Menor, 2014). La estimulación diaria tiene un efecto potenciador de la función cognitiva, ya que favorece el desarrollo de nuevas vías neurales.

 

¿Cómo se realiza el proceso terapéutico?

Durante las dramatizaciones, el paciente se expone a multitud de estímulos (intervenciones del yo auxiliar, objetos intermediarios - intraintermediarios, música…) que no son azarosos, sino que nacen de las hipótesis terapéuticas del director.

 

El objetivo general que sigue la presentación de estimular es la catarsis de integración por parte del paciente. Se trata del proceso mediante el cual el paciente consigue una doble toma de conciencia: en el escenario, de manera vivencial y emocional; y en el auditorio, integrando lo experimentado a través del lenguaje y lo intelectual. Al relacionarse con ellos mediante el cuerpo, y siguiendo un procesamiento subsimbólico, se estimulan circuitos subcorticales, tanto emocionales, perceptivos y de memoria-aprendizaje. Cuando la hipótesis terapéutica es acertada, la activación de estos circuitos corresponde a la estimulación de huellas mnémicas (registros fisiológicos que contienen informaciones sobre vivencias y emociones asociadas a ellas). En un primer momento, facilita la expresión emocional que se sintió durante la primera vez, allanando el camino para, en etapas tras el proceso terapéutico, asociarlas con nuevas respuestas emocionales (mediante la creatividad y la espontaneidad).

Para que la catarsis de integración se realice por completo se necesita el paso de esta vivencia a zonas corticales. Por este motivo, es necesaria una etapa de comentarios de naturaleza verbal, para que la persona integre lo vivido.

 

En este sentido, las personas con TNC cortical poseen singularidades en todos estos procesos fisiológicos (percepción, emoción y aprendizaje – memoria), que conllevan que el especialista en Psicología realice adaptaciones en el proceso psicoterapéutico psicodramático. En estos casos, los patógenos están en áreas corticales, afectando a la parte consciente de todos los procesos enunciados que hemos comentado. Perciben, recuerdan, aprenden y sienten; aunque no pueden hacerlo de forma explícita a través del lenguaje ni de otras formas que impliquen la activación cortical. Hay que tener esto en cuenta si queremos realizar un proceso terapéutico efectivo.

La implementación de técnicas debe tener la finalidad de estimular procesos subcorticales, implícitos y subsimbólicos, que son los que no se sustentan en áreas dañadas. Es decir, cuerpo y emoción. Además, este “cambio de punto de vista” debe seguirse en la evaluación de su efectividad, porque no es posible observar cambios atendiendo a procesos como el lenguaje, y el aprendizaje explícito.

 

Por esta razón, desde una perspectiva sicodramática, existe un beneficio terapéutico en pacientes con demencia cortical. A pesar de que lo trabajado emocionalmente en el escenario no acabe con la integración consciente y cortical, existe una complementación a nivel emocional y subcortical que permite llevar las emociones a término, y facilitar la estabilidad emocional del paciente, disminuyendo episodios de agitación y deambulación, por ejemplo. No obstante, estos cambios son más momentáneos al carecer de la integración cortical.

 

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