El inalcanzable mito de la perfección

Editado por Margarita Marquès el 30/11/2024

La rutina de nuestro día a día fluye a una enorme velocidad, haciendo de la escasez de tiempo y la necesidad de obtener resultados inmediatos los principales motores de nuestro ritmo de vida. Los jóvenes, en la actualidad, han conformado una generación que, condicionada por las redes sociales, consideran la vida como un ejercicio de competencia y comparación en el que el éxito se encuentra a un nivel cuasi divino.

 

Unas expectativas en cotas demasiado altas y grados de perfección inalcanzables que se llevan por delante la salud física y mental de uno, aleccionando sobre la importancia de llegar a la meta por encima del disfrute del camino: el ‘tener’ por encima del ‘ser’.

 

El perfeccionismo puede ser una virtud, pero también
puede llevar episodios de frustración y ansiedad

 

La cara oculta de lo perfecto

El perfeccionismo puede ser una virtud. Planificar con minuciosidad las cosas, ejecutar las técnicas al detalle, ser minucioso con el trabajo personal y exigente con los resultados son cualidades positivas para cualquier persona, el problema llega cuando estas se extreman. Las personas con un excesivo nivel de perfeccionismo pueden resultar también rígidas en sus convicciones, enormemente críticas consigo mismas e incansables. Todas ellas, características que llevan directamente hacia el sufrimiento, la frustración y la ansiedad.

 

Esta actitud hacia la perfección revela generalmente personalidades inseguras que pretenden defenderse ante cualquier posibilidad de error o fallo. El miedo al rechazo y a la crítica externa exigen a la persona elevar sus estándares a niveles estratosféricos, desde donde no exista posibilidad alguna de fracaso. Pero hemos de dejar claro que la perfección es imposible de conseguir y, por tanto, es habitual encontrar profundos casos de depresión y ansiedad en jóvenes adultos que ven cómo sus expectativas nunca llegarán a cumplirse.

 

Consecuencias y síntomas de un excesivo perfeccionismo

Algunos estudios realizados sobre este tema, como el de la Universidad de Brock, en Ontario, muestran datos muy interesantes acerca de la salud de personas en el grupo de edad de los 24 a los 35 años: aquellos más perfeccionistas sufren habitualmente dolor, insomnio y fatiga. Podemos concluir, por tanto, que el perfeccionismo tiene ciertas consecuencias físicas que se somatizan en problemas de sueño, digestivos, jaquecas o dermatitis derivadas de ese aumento del estrés.

 

Es frecuente, además, encontrar casos que derivan progresivamente hacia el conocido Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). Establecer compulsivamente hábitos diarios que resulten satisfactorios y placenteros pueden funcionar como una vía de escape de esa ansiedad generada por no alcanzar la perfección y, por supuesto, pueden llegar a impedir de forma exponencial el día a día de quien los sufre.

 

Las consecuencias del exceso de perfección podemos encontrarlas en el ámbito laboral, por ejemplo, como una extremada pérdida de tiempo en revisiones y repasos, así como una mayor lentitud en la ejecución de diversas tareas. En el ámbito personal, la persona perfeccionista suele tender a verse atraído por alguien que no lo es tanto y que, además de mostrar una cara más natural en su manera de ser, ejerce de guía en la mejora de la autoestima y la confianza propia.

 

Supera la obsesión y acepta los límites

La búsqueda constante de la perfección no es una enfermedad ni supone un trastorno grave de la conducta, aunque conviene controlarlo pues puede evolucionar desfavorablemente si nos dejamos llevar inconscientemente por ello. Aprender a gestionar nuestras emociones y conseguir encontrar el punto medio no es sencillo, pero tampoco imposible:

  • Sé realista: Conoce tus limitaciones y, sobre todo, sé consciente de ellos para convertirlas en tus aliadas. Nadie tiene una capacidad ilimitada e, incluso, las personas de más éxito que se te vengan a la cabeza tienen muchos puntos débiles. Si sabes hasta dónde puedes llegar, no te afectará el comentario ajeno y podrás dejar de culparte por no ser mejor que el resto. Tu confianza no hará más que mejorar.
  • No te compares: Busca tu propio criterio y establece tú mismo tu mejor versión de ti. Lo importante es ser mejor que tu yo de ayer. Si te descubres comparándote haz saltar todas las alarmas y busca nuevos puntos de vista desde los que analizar esa situación, seguro que existen perspectivas positivas que adoptar.
  • Disfruta: Encuentra momento de ocio, de introspección y de cuidarte bien. No es necesario estar todo el tiempo dedicado a algo al cien por cien, es mucho mejor diversificar el trabajo y disfrutar de huecos de desconexión. Deja que esa sensación se traslade también a los momentos de mayor tensión de tu vida.
  • Equivócate: Provoca algún fallo y analiza qué ocurre luego: ¿Ha sido grave? ¿Cómo me siento? Siente la incomodidad de no encontrar todo a tu gusto y perfectamente dispuesto y, poco a poco, dejará de generarte ansiedad. Oblígate a que algunas cosas de tu alrededor no estén en su sitio y evita la tentación de ponerlo todo en su lugar.

 

Por último, trabaja en ti y mírate hacia adentro. Utiliza técnicas de relajación que mejoren tu grado de estrés, ponte en manos de un profesional que te ayude a inculcar tu propia autoestima, respétate y háblate como te gustaría que te hablasen. Reconocer el derecho a equivocarse es el primer paso para permitirse el lujo de aprender de los errores, algo que sin duda sacará la mejor versión de ti mismo.

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